Bastoncito
es de esas historias que no se cuentan por la calle, que nadie las ha escuchado en ninguna parte, que no está escrita en ningún libro.
Es la historia de un pequeño bastoncito con la función de limpiar la parte externa del oído, junto a sus hermanos, en una pequeña cajita.
Un día nacía al mundo un pequeño palillo blanco, un palillo de plástico al que le unieron dos trocitos de algodón bien prensado a cada extremo.
Salía embasado en un paquete con noventa y nueve de sus hermanos, todos ellos ordenados en línea, formando varias capas para su mejor colocación y para no hacerse daño entre ellos.
El lugar donde fue colocado por primera vez era una estantería por donde mucha gente pasaba, algunos le miraban y otros tocaban aquella caja que les protegía del ruido, del aire y de todo aquello que podía lastimarlos.
Un día alguien se paró frente a él, miraba varias cajas, su cara comenzó a fijarse en aquella cajita y sin darle tiempo a poder ver su cara, alargó su mano, lo cogió fuertemente y lo dejó caer en una cesta de plástico, junto a otras cajas diferentes.
Cuando volvió a ver la luz se encontraba en una pequeña habitación, donde en algunos momentos alguien a quien no conocía entraba y la veía levantar una tapa donde se sentaba.
En otro momento volvió la misma persona, y aquello comenzó a ser una escena que se repetiría, aunque en otras ocasiones no se sentara en aquella escena, sino que se perdía tras unas puertas de cristal.
Alguna vez la veía echarse un líquido que salía como de un tubo y que le escurría por aquella cara. Comenzaba a darse cuenta de que aquello le gustaba, de que esa persona le dejaba algo especial.
Sentía cada vez que la luz brillaba, su corazón se encendía, aunque de plástico fuera, sentía aquel calor, se daba cuenta de que esperaba y esperaba a que aquella mujer volviera al lugar para hacer lo mismo varias veces cuando la luz la iluminaba desde aquel pequeño ventanuco.
Incluso aquellos momentos que no encendía la luz, cuando el ventanuco estaba apagado. En momentos en que la veía reír, la sentía en silencio, la oía gritar, o poner palabras a muchos gestos que aún no entendía.
Poco a poco veía como sus hermanos salían de aquel envase para llegar a sus manos y que se los llevaba a trabajar aquellos oídos. Cada uno intentaba con todas sus fuerzas arrancar aquella pequeña cera que envolvía el pequeño trozo de algodón, y muchas veces parecía desbordarse dentro de aquel canal oscuro donde un par de veces se introducía.
Bastoncito miraba la escena. Se la sabía de memoria. La había visto tantas veces, que soñando, esperaba el día que aquellas manos le acariciaran, le envolvieran aquellos dedos y él pudiera demostrar su valía, aquello para lo que había sido creado.
Muchas mañanas veía el cuerpo desnudo, aquella piel oscura, aquellos cabellos sueltos, esa mirada de ojos vidriosos, el silencio de aquellos labios, la redondez de aquellas formas, todo ello perderse detrás de aquellas puertas que se cerraban para devolver mojado unos minutos después, aquello que tanto acariciaba en sus sueños.
Bastoncito hablaba poco, escuchaba los coloquios de sus hermanos, veía en la oscuridad como cada uno apostaba por ser el mejor limpiando aquellos oísoa. En muchas ocasiones se empujaban para estar más cerca del lugar donde solían salir aquellos que ya se fueron.
Los días pasaban, aquellos que se iban solían guiñar el ojo a los que se quedaban, y todos respiraban de tristeza al ver no ser los elegidos. Todos sabían que aquellas manos les liberarían de aquella pequeña cárcel.
A Bastoncito, en cambio, le gustaba aquello. Sentía dentro un pequeño gusto por no haber sido elegido. En algún despiste dejaba a otro su lugar y se escondía sin ser visto para poder seguir disfrutando de aquellas escenas, de aquella chica que cada día le enamoraba.
Un día quedaban tres en aquella caja, que cada día se hacía más grande. Los dedos no miraban cuando tocaban aquellos palitos de plástico, y después de remover vio como se quedaba solo, como las manos habían hecho preso a sus dos hermanos que aún quedaban junto a él.
Al cabo de un rato, la luz se apagó, la puerta se cerraba y volvía nuevamente a soñar, a recordar aquellas imágenes, aquella figura, aquella mujer que…… ¡la luz volvió a encenderse!.
La figura volvía a entrar en aquella estancia, el corazón se le salía de dentro, la sangre circulaba demasiado alocada, y sus ojos se salieron cuando aquellas manos se acercaron al envase, cuando volvieron a abrir aquella pequeña tapa.
Los nervios le traicionaban, cerraba fuertemente sus ojos, su cuerpo se quedaba rígido y así fue como sintió aquellos dedos apretar su cuerpo. Llegó el momento de poder demostrar a aquella mujer, a la que tanto amaba, la energía que llevaba dentro para sacar toda su fuerza.
Sin saber qué estaba pasando, sintió en uno de sus extremos como aquel pequeño algodón se humedecía, como las manos le llevaban a su pierna, cómo veía un lugar de color rojo acercarse al extremo mojado.
Al fin sabía su destino, le había llegado la hora de salir de aquella caja, de sentir aquellos dedos, de tener tan de cerca aquel cuerpo con el que soñaba cada vez que aquella pequeña luz se apagaba.
Tras arañar en la piel tan sensible de aquella parte del cuerpo, tras ver como su función no era aquella que le enseñaron un día, tras ver aquella figura, aquella preciosa muchacha acercarse a su pequeño cuerpo de plástico, le llegó la hora de acabar en aquel lugar donde veía a sus hermanos desaparecer.
Sus sueños habían terminado en aquel cubo de basura, sus días dejaron de existir en la humedad de aquellos ojos, junto a sus hermanos ya colocado, entre el olor de aquello que no entendía.
Hoy es parte de aquellos residuos que duermen su sueño, que desaparecen de nuestras vidas, que dejamos en una bolsa de plástico, sin acordarnos de darle las gracias por el trabajo que hicieron.
ELCHE, 25 de Agosto de 2007
Miguel José
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