Sábado por la mañana, día de descanso en algunas culturas, día sexto de la semana y séptimo de la semana litúrgica. Día santo para el judaísmo y alguna otra confesión religiosa.
Estamos dejando que en cada momento podamos ver la realidad de lo que somos, sentir la realidad de lo que corre por nuestro cuerpo, escuchamos el silencio que nos deja en la tranquilidad de un descanso, en el aroma del viento.
En el campo, en la playa, en las aceras de una pequeña ciudad, en la autovía que nos conduce a algún lado, en una oficina junto a tu trabajo, en una pequeña tienda, con esas personas que van y vienen para comprar, en algún lugar donde el contacto con la naturaleza nos aleja de esa historia que nos envuelve el resto de muchos días.
La tranquilidad que el judaísmo obliga a quienes profesan esa religión, a que el Sabat sea obligatoriamente respetado, no conocen que en otras religiones el sábado puede ser un día más de una semana donde cada individuo pueda querer crear el día en la sinceridad de su realidad.
Es costumbre que cada uno que vivimos en la semana, en esos días que van pasando lentamente cuando el trabajo es intenso y no nos gusta lo que hacemos, que pasan rápidamente cuando nos envolvemos en hacer lo que nos gusta, en esos días que no sabemos que hacer, llegue el sábado.
El sábado que antecede la festividad del domingo, del día de descanso en donde Dios se relajó de tanto crear, en donde nos relajamos de tanto darle a una mente cansada de hacer lo mismo el resto de los otros días.
Y así nos enfundamos en nuestro papel de descanso, en nuestro papel de mirar lo que deseamos, en nuestro guión de la película que siempre vivimos dentro de un camino que día a día antecede a esas semillas que vamos sembrando en la tierra de nuestro caminar.
Elche(Alicante), un dos de septiembre de dos mil siete.
Miguel José
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