Amanece un día triste. A pesar del Sol resplandeciente de esta mañana de domingo, de este mes de Septiembre que nos regala unas temperaturas más calurosas. A pesar de que la pequeña luna se marchaba tan contenta, con las ilusiones puestas en volver. A pesar de la cara de felicidad de muchas gentes porque es domingo.
Mis ojos se vuelven a inundar de lágrimas, mi cara refleja la tristeza. Me oculto tras las gafas de Sol para no dejar que nadie me pregunte, para no sentir esas miradas indiscretas. Aún recuerdo aquellos momentos en que llegó a mis manos. Y no me lo creo, no lo quiero creer, no, no, no puede ser cierto. Sigo pensando en que volverá a la vida, en que cualquier día volveré a vivir con él.
Esas tardes de paseos escondido bajo mi camisa, esos lugares que pasaban ante nosotros y que guardaba en su memoria, esos instantes que recordábamos juntos algúna canción, esas personas que conocía a través de él. Aquellas vacaciones que disfrutamos riendo, el viaje que nos llevaba a aquellas calas que parecían salir de decorados de película.
Y llegó aquel día, llegó aquella playa, llegó aquella mañana fatídica. Acababa de hablar con mi amiga Amelia y sucedió lo inesperado. Me contaba a mí mismo cómo pude hacerlo, cómo pude ser tan imprudente, cómo pude no darme cuenta que era tan sensible, que su corazón se podía estropear simplemente con la humedad.
Serían sobre las doce de la mañana en la Playa del Postiguet en Alicante, en aquel lugar escogido en una mañana del mes de julio, donde un simple contacto con unas aguas templadas, con la salinidad aún escondida bajo sus aguas, y sucedió lo inevitable. Se humedeció y ahí nacio su agonía.
Estábamos juntos en el campo cuando una llamada mía asaltaba su móvil. No salíamos de nuestro asombro, no podíamos creer que aquello fuera cierto, nos mirábamos a la cara y acabamos por reirnos. No nos podíamos imaginar que aquello era el comienzo de su final, de su enfermedad, de aquellos síntomas que se iban extendiendo por todo su interior hasta llegar a ese final tan ............ inesperado.
Lo curioso del caso es que estábamos juntos en aquella habitación y mi móvil y el suyo se encontraban en el salón, los dos estaban rozándo sus pequeñas cajas de metal y se produjo la llamada. Mi teléfono móvil actuaba por su cuenta en esta ocasión y decidió marcar el número de teléfono del otro móvil, de su amigo tan querido, de aquel colega que convivía en aquellos viajes, en aquellos fines de semana, en aquella casa, en ese campo, por aquellos momentos en que nos escuchaba esas frases tan lindas...
Y desde ese momento ya no pude controlarle, ya no pude hacerle volver a que fuera el mismo y poco a poco, llamada a llamada, su memoria se moría, sus teclas no obedecían, sus silencios eran los síntomas que me hicieron llevarle a urgencias, y allí intentaron hacer todo lo posible para reanimarlo, para devolverle a la vida, para que volvieramos juntos a disfrutar de esos momentos que durante año y medio compartimos en silencio, en fiestas, en lugares apartados, en medio del gentío, en aquellas aglomeraciones donde su cosquilleo me indicaba que alguien me estaba llamando o simplemente dejandome en su bandeja de entrada aquel mensaje tan inesperado.
Y se murió, se murió en los brazos de aquellos que lo intentaron todo, que desafiaron al tiempo para devolverle aquella alegría que tenía cuando se abría ante mis ojos, cuando esa fotografía que alojaba en su vientre la coloreaba con aquellos sonidos que me volvían loco. Pero se ahogó en su propio sistema, en sus propios circuitos, en aquellos lugares escondidos dentro de aquella caja que jamás volverá a tener vida.
Sé que estarás en algún lugar viéndome, sintiendo estas palabras, aquellas frases tan bonitas que te dediqué para que supieras el cariño que te tenía, el sentimiento que llegaste a sacar de este interior, el recuerdo que ahora me lleva a escribir tu nombre.
Sólo dos letras marcaban tu marca, solo una pequeña pantalla me daba los buenos días, solo unas teclas me llevaban a tantos lugares lejanos, a tantas historias que me dejabas escuchar, a tantos momentos de amor que compartíamos juntos.
Gracias por hacer tan bien tu trabajo, gracias por haber caminado junto a mi, por haber sentido como soy, por haberme transportado a ese lugar que algún día recordaremos juntos como el momento en que desde ti le pedí a mi chica que si nos marchábamos unos días a Ibiza.
Un beso recordará siempre a mi móvil LG que llevaré en mi memoria algunos días más. Por eso hoy es un día triste, porque el recuerdo me ha hecho dejar estas líneas escritas para recordar a un buen amigo…
Miguel José
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